¿Por qué nos enamoramos?
¿Qué sería de nosotros sin nuestro corazón? Bueno, lo primero es que no estaríamos vivos, y lo segundo que no podríamos enamorarnos, ¿o sí?
Le atribuimos al corazón un poder especial, el de la capacidad para amar. El amor es ese sentimiento que nos llena de felicidad y que sentimos por la persona amada, por nuestros hijos, nuestros familiares y nuestros amigos.
Quizá asociemos el corazón con los sentimientos y las emociones porque afectan a nuestro órgano vital. Cuando estamos enamorados de alguien nuestro corazón palpita con más fuerza, cuando estamos alterados, preocupados o angustiados, nuestro corazón se desboca, pero también se calma con el abrazo o las palabras de aquellas personas que nos quieren.
¿Pero es realmente el corazón el que hace que nos enamoremos perdidamente de otra persona?
Pues parece ser que no, aunque sí que interviene en el proceso. Aquí el protagonista es, como no, nuestro cerebro, esa masa de tejido nervioso que rige todas nuestras acciones y que se dedica a liberar hormonas y otras sustancias con el único fin de que podamos encontrar a nuestra media naranja.
Resulta que en nuestro cerebro tenemos una zona en la cual se urde toda la trama de la operación “enamoramiento”, y que es el sistema límbico. En una parte de este sórdido lugar se encuentra la guarida del "hipotálamo", el que dirige toda la operación. Tiene como principal ayudante a un neurotransmisor muy eficiente con un nombre bastante peculiar, “feniletalimina”. Esta sustancia es la responsable de que nos sintamos eufóricos, exaltados y con una sensación de bienestar cuando estamos enamorados.
La “feniletalimina” tiene sus propios ayudantes, sin los cuales toda la operación se iría al traste, y estos son: la “dopamina”, la “noradrenalina” y la “serotonina”. Cada una de estas sustancias tiene su propia misión.
La “dopamina” es la responsable de que nosotros captemos todos aquellos detalles que nos atraen de la persona en cuestión: sus gustos, sus intereses…
La “noradrenalina” se encarga de estimular la producción de adrenalina, lo que provoca que sintamos euforia y que nuestro corazón palpite con más fuerza cuando vemos a la persona que nos hace tilín.
Por último, “la serotonina” se encarga, la muy pillina, de alterar nuestras emociones y provocar cambios de humor cuando estamos en la fase loca del enamoramiento, es decir, al principio, cuando todo es muy intenso.
Toda esta operación macabra que se urde en nuestro cerebro y cuya finalidad es alterar nuestra rutina diaria para hacernos entrar en una vorágine de sentimientos extraños que desembocan irremediablemente en actos que no cometeríamos en una situación normal, tiene su inicio en otro lugar de nuestro cuerpo: la nariz.
Vale, ya sé que vais a decir que lo primero en lo que nos fijamos cuando alguien nos atrae es en el físico. Evidentemente es así, nos fijamos en otra persona porque la encontramos atractiva a nuestros ojos, pero parece ser que las responsables de que salga la chispa del amor, o por el contrario, que no sintamos otra cosa que rechazo son las “feromonas”.
Estas hormonas salen en masa de nuestro cuerpo a través del sudor u otras secreciones y se pasean por el aire. ¿Qué pasa entonces? Pues ahí es donde interviene nuestra nariz. Parece ser que en esta nada romántica parte de nuestro cuerpo es donde todo empieza. Cuando las feromonas llegan a nuestra nariz, se envía un mensaje al jefe de la operación, el “hipotálamo”, que es quien finalmente decide si la persona propietaria de esas feromonas nos gusta o no.
Evidentemente, el funcionamiento de las feromonas está demostrado en animales, pero todavía no se ha podido demostrar en humanos, así que tendremos que conformarnos con lo de la atracción física.
Sea cierto o no, hay perfumes que se basan en un concentrado de feromonas y están diseñados para potenciar nuestro atractivo, así que quizá lo de atraer a una pareja por medio del olfato no sea una tontería.
Otro de los puntos que nuestro cerebro parece controlar es lo que dura nuestro enamoramiento. Parece ser que la “feniletalimina”, si os acordáis, la ayudante del “hipotálamo”, va perdiendo su efectividad, es decir, que el cuerpo ya se ha acostumbrado a la presencia de esta sustancia y ya no le hace ni caso, con lo cual todo el proceso del enamoramiento sufre un cambio.
En este punto crucial, que suele ocurrir entre los 18 meses y los cuatro primeros años de relación, pueden pasar dos cosas:
1. El amor se desvanece y hasta aquí hemos llegado.
2. Entran en escena unos nuevos neurotransmisores, las “endorfinas”. A nuestro cerebro le gusta la persona que hemos elegido como pareja y no quiere desprenderse de ella. En este momento libera estas sustancias, que por cierto son opiáceas, y que provocan una sensación de bienestar y de placer cuando estamos con nuestra pareja.
Así pues, y como en muchos otros aspectos de nuestra vida, cuando empezamos algo nuevo, sea lo que sea, nos mostramos eufóricos, ilusionados, ansiosos... No obstante, al cabo de un tiempo, todas esas emociones se van calmando y pierden su intensidad, pero todavía nos sentimos bien cuando realizamos la actividad en cuestión.
Bueno, ya veis que el símbolo por excelencia del amor, el corazón, no es que tenga mucho que ver con el proceso de enamorarse, pero es cierto que como símbolo es muchísimo más bonito y romántico que el cerebro. No sé si os podéis imaginar una tarjeta de San Valentín con un cerebro pintado; o bombones con forma de cerebro o globos con cerebros pintados.
Sea como sea, el amor es un bien muy preciado que debemos cuidar mucho y que debería estar presente en todas nuestras acciones, no solo en el aspecto romántico, sino también con la relación que tenemos con las demás personas con las cuales tenemos interacciones del tipo que sean. No solo eso, nuestras acciones deberían guiarse siempre por este hermoso sentimiento.
Disfrutad de este Día de San Valentín y tened mucho cuidado porqué vuestro cerebro puede empezar a liberar a su ejército de hormonas en cualquier momento.
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